Estimado lector, si ha caído de nuevo en este espacio, espero que la historia que a continuación tengo para usted, le mantenga entretenido y emocione tanto como mi, pues está basada en hechos 100% reales.
Corría el año 2013, cuando en los habituales entrenamientos para maratón de cada fin de semana una descabellada idea llegó a mi cabelluda cabeza. Verá, mi vida transcurrió una buena parte aquí en la Ciudad de México y otra muy buena en la Ciudad de Cuernavaca, así que ir y venir de la casa de aquí a la de allá, era común y más común hacerlo en el auto familiar. De ahí que la inquietud naciera al recorrer tantas y tantas veces la carretera, mirando por la ventana la espesura del bosque que separa ambas ciudades y que invita a soñar con grandes noches estrelladas de campamento, frías y nubladas tardes bajo la neblina y el olor a bosque que se impregna al caminar a través de él. Siempre quise ir de un punto a otro, en otro medio, uno más natural, que me permitiera apreciar el camino, oler las distancias, respirar cada cerro, pradera y campo. Más de una vez, el intento se vio frustrado con mi ahora esposa, pues queríamos tomar las bicicletas e irnos pedaleando, pero por alguna razón, nunca hemos podido llevarlo a cabo.
Hace unos años, con el buen Javier Morales, casi lo logramos, en bici salimos desde la ciudad, pero llegamos hasta Parres y volvimos. Unos nada despreciables 80km, según recuerdo, pero aún así, no se llegaba al objetivo.
Así pues, en alguno de los entrenamientos en el bosque, tuve la epifanía mientras mentalmente preparaba el Maratón Rover, que va de la salida de la Ciudad de México a la entrada de la Ciudad de Cuernavaca. En algún punto me dije, bueno, si ya vas a correrlo, por qué no iniciar antes y terminar después. Le explico, iniciar antes consistía en iniciar desde la puerta de mi casa y terminar después, era llegar a la meta y seguirme hasta la casa de mis papás. En ese momento me pareció una idea genial. Se la dije a mi hermana y me dijo que estaba loco, que si así lo haría entonces no me acompañaba al Rover. Se la dije a mi esposa y me dijo que estaba loco y que no debía hacerlo. Se lo dije a mi mamá y me dijo que estaba mal de la cabeza y que por favor no lo hiciera.
Listo, tenía los ingredientes necesarios para ser una gran aventura: la desaprobación de todos, la locura y la conclusión de que era algo realmente extremo.
Así pues seguí con el plan. Nada cambió de hecho, seguía con el plan de correr el Maratón de la Ciudad de México y después el Rover con los kilómetros extras.
Pues bien, la aventura comienza la mañana del domingo 15 de septiembre.
Para este momento mi hermana decidió que siempre si me acompañaba, pero "nada más" la distancia del Rover, jejeje como si 42 km por la montaña fueran cualquier cosa.
El día pintaba especial, un huracán y una tormenta de cada lado del país, tenían una lluvia perpetua sobre el centro de la república y todos los pronósticos indicaban que durante el recorrido llovería constantemente.
Armado con mi mochila, comida, abrigo y sin pensarlo mucho, me despedí pasadas las 5 de la mañana de mi familia, salí de casa y en la obscuridad de la noche, puse un pie frente al otro una y otra vez mientras me alejaba más y más cada vez.
Tras el primer kilómetro, me dio calor. No llovía así que me quité el impermeable y lo guardé en la mochila. Un par de kilómetros después, una leve brisa refrescaba mis pasos. Para cuando comencé a atravesar Ciudad Universitaria, la lluvia había arreciado un poco y el frío se sentía más. Saqué el impermeable y continué mi camino. Debía ser el kilómetro 8 o 9.
Iba bien, después de 15km, llegué al punto de salida del Maratón Rover y al punto de reunión con mi hermana. Sin detenerme se juntó a mi paso y seguimos. Llegué unos minutos tarde, así que el contingente mayor ya había salido, por lo que nuestra partida fue en solitario.
Apenas nos poníamos al tanto de lo que llevaba y lo que nos esperaba, cuando escucho que un coche frena, derrapa y siento como me golpea. Me dio en las piernas, con la defensa, a la altura de las pantorillas y me empujó. Yo digo que me atropelló, algunos esperan que para decir que me atropelló, hubo de pasar sobre mi, pero bueno, el caso es que me incorporé, le dije alguna cosa y sin mirarme huyó.
No le quise dar importancia y seguimos. Me sentía bien, solo algo raro en la rodilla derecha que yo acusaba había sido por algún estirón que me dio al doblarla cuando me empujo el coche.
La lluvia seguía y nuestro paso también, tratábamos de alcanzar al resto de los corredores, ahí veíamos a algunos a lo lejos.
Inútilmente esquivábamos los charcos corriendo por las calles de las colonias que invadieron los cerros, haciendo los caminos de asfalto que ahora escalábamos y que agitaban nuestra respiración atormentando nuestras piernas. Sin mayor incidente logramos salir de la ciudad tras una interminable y serpenteante subida. Llegamos a las zonas más rurales, donde campos de cultivo nos abrían camino para internarnos en los bosques.
La primer sorpresa, un auto de algún voluntario, ofrecía café y galletas a los corredores. Para el maratón rover era el kilómetro 7 u 8, para mi era ya el 22 o 23, así que sin dudarlo, le entré a unas galletas. Mi hermana prefiere no comer, así que seguimos el camino. Así hasta el primer punto de control, en el "arco natural". Era mi kilómetro 24, nos hidratamos, creo que ahí o un poco antes me comí unas naranjas que ofrecieron y seguimos. Ahora si, después de este punto comienza el bosque. Pensaba y ya con ansia quería recorrer los terrenos que un año antes me habían emocionado en la edición anterior de este maratón.
Pero el entrenamiento que traíamos no nos había preparado para esto. Tras la primer lomita, nos encontramos con que el bosque estaba mucho más crecido, los caminos más estrechos y a causa de la incesante lluvia, el lodo hacía muy complicado poder correr sin resbalar. Entonces entre trote y largas zancadas caminando, atravesamos buena parte de este recorrido, hasta que los caminos se volvieron de piedra y pudimos retomar la marcha.
Este maratón, tiene un ascenso muy interesante desde el km 1, hasta el 18, todo ese momento es subida y los últimos 3 (a partir del 15) subes un volcán llamado El Pelado. Es terrible, la pendiente es durísima y se debe camicorrer casi todo el tiempo. Imaginen pues, para el Maratón de la Ciudad de México, pusieron el final de subida más o menos a partir del km 32. Un ascenso desde Viaducto hasta CU, unos 10 km de "subida" que todos temíamos porque ya al final del Maratón, uno va cansado y esas pendientes son demoledoras.
Pues bien, el Maratón Rover, guarda una subida 10 veces peor, pero en sus km iniciales, es decir cuando vas más fresco. Sin embargo, tomando en cuenta mis 15 km previos, el kilómetro 18, que es el punto más alto del Maratón, para mi era el km 33, sobra decir la exigencia de piernas que hubo para ese momento. Sin embargo cuando llegamos a la cima, solo nos recibió la lluvia más fuerte, el viento más helado y las ganas de correr más rápido para salir de ese clima extremo.
Sonreímos en la cima por unos segundos y emprendimos la carrera cuesta abajo. Las piernas cuando ya están cansadas, resienten más las bajadas, a mi parecer, que las subidas. Ir sosteniendo todo el cuerpo para que no se desboque creo que implica más esfuerzo que irlo cargando para subir. Entonces moliendo las rodillas y buscando la mejor técnica nos deslizábamos entre los ríos hechos por la lluvia, las piedras, el lodo y el bosque.
Tal fue nuestro frenesí, que de pronto no vimos más señales. Verá, estimado lector, en estos recorridos por la montaña, la ruta la van marcando de alguna manera. Ya sea con flechas pintadas en las piedras o en el piso o con listones colgados en los árboles. El caso es que por ir viendo el suelo para no tropezar, omitimos alguna señal y nos perdimos.
Afortunadamente encontramos a otro perdido, con quien después de un breve consenso, en el que yo no estaba de acuerdo, decidimos volver por el camino hasta encontrar la señalización. Mientras subíamos de nuevo encontramos otra chica, que también venía de bajada a toda velocidad y a quien dijimos que ya nos habíamos pasado. Entonces los cuatro, íbamos de regreso buscando el camino verdadero.
No tardamos mucho, solo nos pasamos un kilómetro (500 metros de ida y 500 de vuelta). Pero encontramos la señales y a otro señor, un "Don" de pelo blanco y edad avanzada, pero con un entusiasmo que nos rebasó sin problemas.
Retomamos la ruta y seguimos bajando a toda velocidad. Entre ríos, lodo y más bosque logramos bajar del volcán para encontrar de nuevo terreno "parejo". Aquí creo que era peor el clima, pues al no tener árboles que nos cubrieran, la lluvia y el viento nos pegaban con más violencia. Así llegamos al siguiente punto de control, ya llevaba yo 40 km. Ahí comí naranjas, plátanos, tomé agua, powerade y todo muy bien. Cuando arrancamos de nuevo, sentí como si mis piernas fueran de piedra, me costó muchísimo, pero lo logramos.
Sabe, estimado lector, 40km se aproximaba mucho a la distancia máxima que había recorrido alguna vez, nunca había pasado de 42 km. Este era mi 5º maratón, las otras cuatro ocasiones, siempre ya por este momento, deseaba terminar, me dolía todo y me quería detener. Sin embargo todo esto parece ser mental. Sabiendo que aún me faltaba mucho por recorrer, los 40 km que llevaba parecían no hacer mucho daño en mi cuerpo, me sentía animoso y con ganas de continuar.
En este momento mi hermana sentía mucho frío. Me preocupó un poco que algo más grave pudiera pasar, pero afortunadamente no fue así. Atravesamos grandes extensiones de campo abierto, con el viento que rugía sobre nosotros y el agua nos golpeaba en la cara. En algunos momentos se escuchaba como si un camión enorme viniera detrás de nosotros, pero solo era el viento.
Así seguimos hasta llegar a Fierro del Toro, una localidad medio perdida ahí poco antes de Tres Marías. Había otro puesto de abastecimiento, pero no nos detuvimos.
El camino desde ahí es de terracería y lodo. Tiene un buen ancho para correr a placer, sin embargo por la lluvia, muchas partes estaban completamente inundadas. Flanqueado con alambre de púas (para no invadir los sembradíos) y naturaleza crecida, en algunas partes no quedaba más que atravesar estos mini lagos, donde el agua helada llegaba hasta las rodillas y se podía sentir como los pies se hundían en el lodo del fondo.
Seguíamos corriendo y a ratos el frío nos hacía temblar las rodillas, las manos mojadas, la mandíbula chasqueaba los dientes.
Unos dos kilómetros antes de Tres Marías encontramos una señora. Era corredora, ya la habíamos visto varias veces durante el recorrido. Pero estaba vez algo estaba mal. A lo lejos la vi apoyarse en un "cayado" improvisado con una rama y sentándose en unas piedras. Cuando estuvimos cerca nos comentó que se había caído y creía que se había roto el pie. Por como se veía la hinchazón a través de la ropa, asumimos que estaba en lo cierto. Le prometimos que en cuanto encontráramos a los scouts, les comunicaríamos dónde estaba y qué le había pasado.
Así fue, llegamos a la meta de Tres Marías. Muchos participantes del Maratón Rover llegan hasta aquí. Digamos que es la distancia "fácil". Aunque realmente, el resto de la distancia es mucho más sencillo. Encontré una ambulancia y le dije lo que había pasado. Rápidamente fue en busca de la señora.
Ahí, en la meta, entre la lluvia, pude ver a mi hermano. Me encantó verlo, sabía que con él estaba mi esposa, mis hijos, mis papás. Pero por la lluvia, sabía que no podía estar ahí parados esperándonos. Así que después de comer unas naranjas seguimos avanzando a donde estaba mi familia. Ahí me dieron un sandwich de nutella que supo delicioso. No pudimos platicar mucho, solo les dijimos que estábamos bien y que íbamos a continuar.
Con más ganas que nunca de quedarme con ellos, me despedí para seguir. Aquí ya llevaba fantásticos 47 kilómetros. Nunca había corrido tanto. Me sentía bien, me sentía cansado, pero ahí me sentía con fuerza y ánimo.
Alcancé a mi hermana, porque salió muy veloz de Tres Marías. El frío no nos dejaba correr tranquilos y la lluvia de repente golpeaba por un lado, luego de frente, luego del otro lado y así nos traía.
Atravesamos Tres Marías y sus casas, nos internamos de nuevo en el bosque y siguiendo las señales seguimos mascando kilómetros.
Recuerdo cuando llegué a mi kilómetro 50, sentí muy bonito. Fue como si me colgara una medalla imaginaria, como si palomeara algo de mi lista, "corrí ya 50 km". Se lo dije a mi hermana que recuerdo me felicitó y seguimos.
Sin muchos contratiempos llegamos ya a la carretera, para cruzarla y volver al bosque. De ahí me parece ya faltaban unos 5km para la meta.
Es en esta parte donde las bajadas son más pronunciadas, más resbaladizas y más divertidas. El año anterior mi hermana ahí se había caído, este año no. El que se cayó (y varias veces) fui yo, pero siempre alcancé a meter los brazos para no lastimarme de más.
Llegó un punto en el que la ruta nos obligó a pasar un río. Seguro los organizadores pensaron que sería una buena forma de refrescar el cuerpo después de tantos kilómetros. Solo que no se imaginaban que ya vendríamos bien fresquitos por la lluvia de los dos temporales que nos azotaban. El agua helada del río, así como su caudal no nos detuvieron y lo atravesamos. Seguimos el camino de bajada, con mucho cuidado porque cada vez era más resbaloso.
Así, de pronto, salimos del bosque y la Ciudad estaba frente a nosotros. Bajamos ya por calles pavimentadas y entre ríos del agua que corría frenéticamente chapoteábamos al trotar.
Sentimos que ya estaba esto por terminar. En mi cabeza iba pensativo. Llegar a la meta, colgarme la medalla, abrazar a quienes estuvieran ahí e ir a descansar o... seguir, continuar el paso hasta la casa de mis papás.
Algunas personas nos animaban, nos decían que ya estábamos por llegar. Íbamos mi hermana, el señor de pelo muy blanco y yo. Habíamos hecho un buen equipo los últimos kilómetros junto al Señor. Nos había entretenido bastante contándonos historias de otros maratones y ultramaratones. Nos contó que terminando ese, en unas semanas se iba a otro Maratón, no recuerdo a cuál, pero era en unas cuantas semanas. Nos dijo que ya llevaba ese año como cinco o seis maratones. Cuando le preguntabamos por qué, dijo una frase chistosa, pero llena de sabiduría "a mi edad ya no puedo pensar en planear que correré o qué no, mejor aprovecho". Después de reinos, vimos la verdad en sus palabras, pero también reflexioné que es cierto, tanto en las carreras como en la vida, muchas veces estamos planeando lo que haremos o lo que tendremos cuando logremos "algo". Y la vida se nos puede ir esperando que es algo llegue, en lugar de disfrutar lo que vamos teniendo todos los días.
Después de un par de kilómetros de asfalto vimos el deportivo donde nos aguardaba la meta. Ahí estaban los scouts, estaba mi papá y mi hermano. Llegamos felices y nos dieron la medalla. Abracé a los que estaban ahí y sin pensarlo mucho les dije, bueno, los veo en la casa. Mi papá, si, él que siempre me solapa todo lo que se me ocurre me preguntó con voz preocupada si lo haría, que si mejor ya descansara. Mi hermana entró al quite, le dijo "déjalo papá, ya casi llega a los 60". Lo cual era verdad, estaba muy cerca de los 60 km.
Así pues arranqué de nuevo y por la banqueta emprendí mi último recorrido. Me sentí bien, podía dar buenas zancadas, no sentía mucho castigo por el pavimento. En mi plan original, había calculado 15km previos al rover, luego 42 del maratón y seis más para llegar a casa de mis papás. 63 kilómetros de pura necedad.
Sin mucho problema, alcancé el kilómetro 60, pensaba en que ya me faltaba poco. Sin embargo no fue así. Debo haber medido mal esa última parte, pues cuando llegué al 63 aún me encontraba lejos de casa (bueno no tan lejos).
Unas banquetas de adoquín acabaron con lo que me quedaba. En ese momento, a los 63 km, me sentí cansado, desesperado por no llegar, molido por el constante golpeteo de las piedras en la planta de mis pies, las rodillas acabadas por soportar ya casi 11 horas de carrera. Me detuve, caminé, pensé, me enojé, me puse triste, me di ánimo, pensé en mi familia, volví a arrancar.
La lluvia ya me perdonaba un poco más y solo una ligera llovizna me acompañaba. Unas subidas, unas bajadas, alguna curva, un puesto de tacos, un estadio de béisbol. Todas señales ya conocidas que estaba muy cerca. Me preguntaba qué se sentiría ya llegar.
Así, después de la última curva, estaba ahí, en la calle donde crecí, en esa espectacular bajada por donde el tráfico no cesa en todo el día. Mágicamente, en ese momento no hubo nadie más. La calle era mía, mi familia estaba ahí, en la puerta, esperándome.
Bajé, serpenteando la calle, feliz, levanté los brazos y por fin llegué. Me detuve, sabía que no debía correr más, que por fin habría descanso, abrazos de mi esposa y comida caliente para recuperarme.
Gracias estimado lector si ha llegado hasta aquí, más si lo hizo sin dormirse o mejor si lo hizo en una sola lectura. Gracias por revivir esta aventura conmigo. Gracias familia por siempre estar ahí. Gracias esposa porque por ti puedo todo esto. Gracias Jackie, porque aunque te hagas la difícil, también compartes esta pasión de la aventura.
Cuando terminé pensé que no tenía ganas de correr en un buen rato, que no tenía ánimos de otro maratón, menos de un ultramaratón, pero mmmm cómo decirlo, en las palabras de Bilbo Bolsón, "creo que estoy listo para otra aventura".
Nos leemos luego.
Carlos / @lebron7
En este momento mi hermana sentía mucho frío. Me preocupó un poco que algo más grave pudiera pasar, pero afortunadamente no fue así. Atravesamos grandes extensiones de campo abierto, con el viento que rugía sobre nosotros y el agua nos golpeaba en la cara. En algunos momentos se escuchaba como si un camión enorme viniera detrás de nosotros, pero solo era el viento.
Así seguimos hasta llegar a Fierro del Toro, una localidad medio perdida ahí poco antes de Tres Marías. Había otro puesto de abastecimiento, pero no nos detuvimos.
El camino desde ahí es de terracería y lodo. Tiene un buen ancho para correr a placer, sin embargo por la lluvia, muchas partes estaban completamente inundadas. Flanqueado con alambre de púas (para no invadir los sembradíos) y naturaleza crecida, en algunas partes no quedaba más que atravesar estos mini lagos, donde el agua helada llegaba hasta las rodillas y se podía sentir como los pies se hundían en el lodo del fondo.
Seguíamos corriendo y a ratos el frío nos hacía temblar las rodillas, las manos mojadas, la mandíbula chasqueaba los dientes.
Unos dos kilómetros antes de Tres Marías encontramos una señora. Era corredora, ya la habíamos visto varias veces durante el recorrido. Pero estaba vez algo estaba mal. A lo lejos la vi apoyarse en un "cayado" improvisado con una rama y sentándose en unas piedras. Cuando estuvimos cerca nos comentó que se había caído y creía que se había roto el pie. Por como se veía la hinchazón a través de la ropa, asumimos que estaba en lo cierto. Le prometimos que en cuanto encontráramos a los scouts, les comunicaríamos dónde estaba y qué le había pasado.
Así fue, llegamos a la meta de Tres Marías. Muchos participantes del Maratón Rover llegan hasta aquí. Digamos que es la distancia "fácil". Aunque realmente, el resto de la distancia es mucho más sencillo. Encontré una ambulancia y le dije lo que había pasado. Rápidamente fue en busca de la señora.
Ahí, en la meta, entre la lluvia, pude ver a mi hermano. Me encantó verlo, sabía que con él estaba mi esposa, mis hijos, mis papás. Pero por la lluvia, sabía que no podía estar ahí parados esperándonos. Así que después de comer unas naranjas seguimos avanzando a donde estaba mi familia. Ahí me dieron un sandwich de nutella que supo delicioso. No pudimos platicar mucho, solo les dijimos que estábamos bien y que íbamos a continuar.
Con más ganas que nunca de quedarme con ellos, me despedí para seguir. Aquí ya llevaba fantásticos 47 kilómetros. Nunca había corrido tanto. Me sentía bien, me sentía cansado, pero ahí me sentía con fuerza y ánimo.
Alcancé a mi hermana, porque salió muy veloz de Tres Marías. El frío no nos dejaba correr tranquilos y la lluvia de repente golpeaba por un lado, luego de frente, luego del otro lado y así nos traía.
Atravesamos Tres Marías y sus casas, nos internamos de nuevo en el bosque y siguiendo las señales seguimos mascando kilómetros.
Recuerdo cuando llegué a mi kilómetro 50, sentí muy bonito. Fue como si me colgara una medalla imaginaria, como si palomeara algo de mi lista, "corrí ya 50 km". Se lo dije a mi hermana que recuerdo me felicitó y seguimos.
Sin muchos contratiempos llegamos ya a la carretera, para cruzarla y volver al bosque. De ahí me parece ya faltaban unos 5km para la meta.
Es en esta parte donde las bajadas son más pronunciadas, más resbaladizas y más divertidas. El año anterior mi hermana ahí se había caído, este año no. El que se cayó (y varias veces) fui yo, pero siempre alcancé a meter los brazos para no lastimarme de más.
Llegó un punto en el que la ruta nos obligó a pasar un río. Seguro los organizadores pensaron que sería una buena forma de refrescar el cuerpo después de tantos kilómetros. Solo que no se imaginaban que ya vendríamos bien fresquitos por la lluvia de los dos temporales que nos azotaban. El agua helada del río, así como su caudal no nos detuvieron y lo atravesamos. Seguimos el camino de bajada, con mucho cuidado porque cada vez era más resbaloso.
Así, de pronto, salimos del bosque y la Ciudad estaba frente a nosotros. Bajamos ya por calles pavimentadas y entre ríos del agua que corría frenéticamente chapoteábamos al trotar.
Sentimos que ya estaba esto por terminar. En mi cabeza iba pensativo. Llegar a la meta, colgarme la medalla, abrazar a quienes estuvieran ahí e ir a descansar o... seguir, continuar el paso hasta la casa de mis papás.
Algunas personas nos animaban, nos decían que ya estábamos por llegar. Íbamos mi hermana, el señor de pelo muy blanco y yo. Habíamos hecho un buen equipo los últimos kilómetros junto al Señor. Nos había entretenido bastante contándonos historias de otros maratones y ultramaratones. Nos contó que terminando ese, en unas semanas se iba a otro Maratón, no recuerdo a cuál, pero era en unas cuantas semanas. Nos dijo que ya llevaba ese año como cinco o seis maratones. Cuando le preguntabamos por qué, dijo una frase chistosa, pero llena de sabiduría "a mi edad ya no puedo pensar en planear que correré o qué no, mejor aprovecho". Después de reinos, vimos la verdad en sus palabras, pero también reflexioné que es cierto, tanto en las carreras como en la vida, muchas veces estamos planeando lo que haremos o lo que tendremos cuando logremos "algo". Y la vida se nos puede ir esperando que es algo llegue, en lugar de disfrutar lo que vamos teniendo todos los días.
Después de un par de kilómetros de asfalto vimos el deportivo donde nos aguardaba la meta. Ahí estaban los scouts, estaba mi papá y mi hermano. Llegamos felices y nos dieron la medalla. Abracé a los que estaban ahí y sin pensarlo mucho les dije, bueno, los veo en la casa. Mi papá, si, él que siempre me solapa todo lo que se me ocurre me preguntó con voz preocupada si lo haría, que si mejor ya descansara. Mi hermana entró al quite, le dijo "déjalo papá, ya casi llega a los 60". Lo cual era verdad, estaba muy cerca de los 60 km.
Así pues arranqué de nuevo y por la banqueta emprendí mi último recorrido. Me sentí bien, podía dar buenas zancadas, no sentía mucho castigo por el pavimento. En mi plan original, había calculado 15km previos al rover, luego 42 del maratón y seis más para llegar a casa de mis papás. 63 kilómetros de pura necedad.
Sin mucho problema, alcancé el kilómetro 60, pensaba en que ya me faltaba poco. Sin embargo no fue así. Debo haber medido mal esa última parte, pues cuando llegué al 63 aún me encontraba lejos de casa (bueno no tan lejos).
Unas banquetas de adoquín acabaron con lo que me quedaba. En ese momento, a los 63 km, me sentí cansado, desesperado por no llegar, molido por el constante golpeteo de las piedras en la planta de mis pies, las rodillas acabadas por soportar ya casi 11 horas de carrera. Me detuve, caminé, pensé, me enojé, me puse triste, me di ánimo, pensé en mi familia, volví a arrancar.
La lluvia ya me perdonaba un poco más y solo una ligera llovizna me acompañaba. Unas subidas, unas bajadas, alguna curva, un puesto de tacos, un estadio de béisbol. Todas señales ya conocidas que estaba muy cerca. Me preguntaba qué se sentiría ya llegar.
Así, después de la última curva, estaba ahí, en la calle donde crecí, en esa espectacular bajada por donde el tráfico no cesa en todo el día. Mágicamente, en ese momento no hubo nadie más. La calle era mía, mi familia estaba ahí, en la puerta, esperándome.
Bajé, serpenteando la calle, feliz, levanté los brazos y por fin llegué. Me detuve, sabía que no debía correr más, que por fin habría descanso, abrazos de mi esposa y comida caliente para recuperarme.
Gracias estimado lector si ha llegado hasta aquí, más si lo hizo sin dormirse o mejor si lo hizo en una sola lectura. Gracias por revivir esta aventura conmigo. Gracias familia por siempre estar ahí. Gracias esposa porque por ti puedo todo esto. Gracias Jackie, porque aunque te hagas la difícil, también compartes esta pasión de la aventura.
Cuando terminé pensé que no tenía ganas de correr en un buen rato, que no tenía ánimos de otro maratón, menos de un ultramaratón, pero mmmm cómo decirlo, en las palabras de Bilbo Bolsón, "creo que estoy listo para otra aventura".
Nos leemos luego.
Carlos / @lebron7
2 comments:
Muchas felicidades, correr un maratón, pocos, el Rover, no cualquier maratonista, pero correr mas de 60kms mis respetos y mas con el clima que hubo ese fin de semana. Con todo y que estoy acostumbrado al frío de Toluca, a correr en muchas ocasiones con lluvia, acabando la carrera me estaba muriendo de frío. Muchas felicidades tambien a tu hermana por apoyarte, el unirte un buen tramo d ela carrera tambié te ayudó mucho en lo psicológico y en lo anímico. Ahora a disfrutar la siguiente carrera. Saludos.
Hola, me emocionó tu relato y lo haces ver tan fácil....FELICIDADES!!!
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