Friday, April 01, 2011

El Lebron que soñaba con un cerillo y un galón de gasolina


A decir verdad, solo soñaba con el galón de gasolina, pero muy ad hoc está añadirle lo del cerillo. Pues bien, cuando uno decide emprender un viaje, cua

lquiera que este sea, es decir ir de un punto A a un punto B puede ser tan simple como seguir la línea que une ambos puntos. Pero también se puede complicar tanto como se desee, por ejemplo añadirle un punto C, un D, un -B y por que no un punto H.

Pues bien, dicho esto, el relato que están por leer narra una de estas aventuras lebronas, donde ir de un punto A a un punto B se hace recitando el abecedario a la inversa, es decir, de la A, sigue la Z...



La historia comienza una poco fría mañana, estos días de primavera han dejado muy claro que el frío que sentimos en los meses pasados ha quedado en el olvido. Nos levantamos mucho antes de que el sol nos regalara un pestañeo y después de un breve duchazo, estábamos listos, maletas en mano, subiendo todo al auto del buen Molcas (@lebron6) para emprender el viaje.

El viaje consistía en ir a la exquisita ciudad de Guadalajara. Ciudad que nos quitó tanto, pero que de cuando en cuando nos deja probar de sus delicias y recuperar un poco de nuestra historia con los amigos.

Corría el año de 1995 cuando la familia Toshishige, por quienes sentíamos un gran aprecio, partieron para no volver más a la perla tapatía. Después de 15 años, seguimos en contacto. Nos escribimos no tanto como podemos, chateamos no tanto como debemos y nos vemos mucho menos de lo que queremos. El caso es que este año se casaba la hermana mayor del Clan Toshishige: Laura.

La ocasión ameritaba y por mucho hacer el viaje. Reunirnos los que quedamos y los que pudimos para celebrar la ocasión y recordar nuestras épocas cuando, adolescentes, compartíamos cada día en la escuela y tarde en el cine o donde se pudiera.

Como decía, partimos por ahi de las 6:10 de la mañana. Cajuela cargada, harto ánimo y un largo camino por delante. Los triuplantes, Molcas (@lebron6) como piloto, Madroño (@lebron8) como copiloto, su servidor (@lebron7) y la esposa Chantal (@nchantal) completabamos el cuadro. Con un retraso de algunos minutos que después se convertirían en kilómetros, iban en otro auto el buen Mike (@olevar) y su chica Caro.

La primer hora transcurrió sin mayor conflicto que el de ir poniendo la música adecuada para dejar las horas de sueño atrás. Fue así que pasamos una caseta, luego otra, con la diversión de hacer check in en Foursquare en cada una de ellas para al final ver quién lograba más puntos (sí, lo sé, somos ñoñísimos). El plan era llegar a una recomendadísima barbacoa en el poblado de Atlacomulco. Lo logramos por ahi de las 7:15, paramos el auto y se dijo algo así como "aquí es la barbacoa" lo cual provocó que alguien hiciera la pregunta "¿pero a esta hora tienen hambre?" la esposa dijo un convincente "yo no" que motivó a que el coche arrancara de nuevo y siguieramos en el camino. Aún no sabemos por qué, ni siquiera fue un "yo no" autoritario, simplemente obedecimos como sumisos lebrones que somos jajaja.

El camino siguió y las risas lo acompañaron, nuestra siguiente gran emoción sucedió cuando un perro se atraevsó en el camino y Molcas brillantemente lo esquivó. Digamos que a unos 150km por hora, la maniobra fue de alto grado de dificultad y la adrenalina en los tripulantes se desbordó por las ventanas.

Al llegar al estado de Michoacán, pusimos a todo lo que daba "Caminos de Michoacán" y el ambiente se puso a tope. Le siguieron muchísimas canciones típicas y divertidas que nos invitaron a cantar, reir y ver que lo que estaba por delante era un excelente viaje con los amigos.

Seguramente estimado lector, si ha llegado hasta este punto sin aburrirse o sin parar, se preguntará el por qué del título y qué rayos tiene que ver todo esto. Pues resulta, y se lo digo también como consejo por si en alguna ocasión toma la carretera que va de la Ciudad de México a Guadalajara, que hay un extenso tramo, calculamos unos 200km en donde no encontrará una gota de gasolina. Es así como después de muchos kilómetros y canciones nos encontrábamos en la reserva, pero sin preocuparnos, pues estos costosos caminos de autopista, suelen tener estaciones de servicio cada caseta.

Fue así como llegamos a uno de esos pueblos impronunciables de Michoacán, puede ser que fuera la caseta de Curandeo o algo así, la verdad ya no lo recuerdo, pero con la reserva gastada el buen Molcas preguntó a la chica de los peajes, a cuántos kilómetros es encontraba la gasolinera más cercana. Con mucha claridad vimos ahí mismo, un letrero que decía Gasolinera, 2 km. Pero señalaba otra dirección a la que íbamos. Por lo visto implicaba dar una vuelta, tomar una curva, entrar al poblado de impronunciable nombre y encontrar la estación. La señorita de los peajes dijo con voz firme que la siguiente gas estaba a 40km.

Ese dicho pasó como uno de esos helados sentimientos que recorren la espina desde el cuello a la espalda baja y que sabes que algo malo está por pasar. Entre las risas, los nervios y el ánimo, la esposa dijo nuevamente "ay 40 km no es tanto" y dijimos "pues vámonos" y seguimos el camino.

Transcurrieron 10, 15, quizá 20 km y nuestras voces se atenuaron un tanto por los nervios y la incertidumbre de saber qué es lo que pasaría: ¿lo lograríamos? ¿tendríamos que empujar? ¿aparecería un ángel verde con gas para nosotros? Las respuestas estaban a unos minutos de ser contestadas, sin embargo nos emocionaban tanto como a un niño la noche de navidad.

A lo lejos lo vislumbramos, ahi, a la orilla de la carretera, sobre el poste, el letrero azul con el símbolo de gasolina con una leyenda por demás alentadora: "Gas 6km". De inmediato gritos de emoción, risas y la seguridad de que habíamos burlado a la mala suerte. Sin embargo casi de forma perfecta, con una exactitud de reloj suizo, tan pronto terminamos nuestra celebración, el coche se detuvo...

Al silencio siguieron risas nerviosas y la expresión clara en nuestros rostros que sin palabras decía "ahora qué hacemos".

Nos bajamos del auto y el sol, a pesar de ser poco más de las 10 de la mañana, se dejaba sentir con un calor veraniego, seco y abrazador.

Nos mirábamos unos a otros y riéndonos pensábamos en posibles soluciones. Nadie lo había dicho en serio, pero parecía que solo nos quedaba empujar. Rápidamente contactamos a Mike para avisarle de nuestro infortunio y ver de qué forma podía ayudarnos, sin embargo las noticias no eran muy buenas, se encontraba a unos 80km de nosotros.

Con la adrenalina en el viaje decidimos que la mejor idea era empujar el auto. Así comenzamos a empujarlo entre risas, órdenes vikingas esclavizantes que nos "motivaban" a empujar con más ganas. La esposa elegantemente se dirigía el auto mientras se pintaba las uñas. Yo sudaba como precious por lo que me quité la playera (hay quien dice que solo busco un pretexto para encuerarme, he de confesar que es cierto y que a veces ni siquiera necesito un pretexto para hacerlo).



La primer subida fue dura, pero estábamos frescos y emocionados así que no lo sentimos tanto. Cuando llegamos a la bajada empujamos con todas nuestras fuerzas y corrimos (erroneamente) tras el auto que se iba veloz. La segunda subida fue igual, nos reíamos pero ya nos comenzábamos a cansar, sin embargo logramos repetir la hazaña.

Para la tercer subida ya íbamos desmotivados, asoleados y cansados, pero no evitó que lo consiguiéramos. Se nos ocurrió la genial idea de que cuando el auto fuera en bajada, correr veloz y meternos en él, aprovechar la inercia y llegar frescos hasta el siguiente punto de empuje. Así lo hicimos.

Para la cuarta subida ya estábamos muy cansados, así que nos trazábamos metas "empujamos de aquí al letrero amarillo, después descansamos... llegamos hasta el puente y... ahi en la sombra nos orillamos..."

Cuando tocó el turno de la bajada fue cuando llegó la verdadera emoción. En un acto heróico le grité a Molcas que él se subiera primero. Madroño y yo empujamos un poco más en la bajada, tratamos de que tomara más impulso. Le dije que ahora se metiera él y eso hizo. Cuando abrió la puerta para subirse algo pasó, se le trabó o le rebotó la puerta pero no alcanzó a meterse, lo que provocó que se tropezara y, con la puerta abierta, colgado de la orilla siendo arrastrado y remolcado por el auto mientras yo corría por el otro costado para entrar por la ventana. Cuenta Molcas que volteó y vio a Madroño con cara de "ya valí" aferrado a la orilla. Le dijo "ya suéltate" en el momento preciso que yo entraba por la ventana, dos camionetas pasaban junto a nosotros a toda velocidad y Madroño rodaba por el acotamiento cual película de acción. Volteábamos por la ventana y lo veíamos tirado en la carretera, sin embargo le dijimos a Chantal que no se detuviera, pues arruinaría la inercia que llevaba el coche. Madroño mientras tanto, se rodó fuera de la carretera para caer en la orilla. Para su mala fortuna aterrizó en un hormiguero.

Cuando el coche se detuvo y Madroño nos alcanzó, la risa no nos dejaba hablar. Él herido de pies y manos, además de un tenis roto, los demás, no dábamos crédito a lo inverosímil de atropellarse a si mismo mientras empujas un auto.

Todavía logramos empujar el auto un poco más. Llevábamos unos cuatro kilómetros y medio cuando desde el horizonte un punto rojo, veloz, se aproximaba hacia nosotros. Era Mike, por fin había llegado. Una hora nos tomó empujar el auto por esos 4.5 km y ese mismo tiempo le tomó a Mike, pasar por gasolina y alcanzarnos.



Finalmente le echamos la gasolina al tanque y el auto encendió. Avanzamos 40 segundos en el coche y voilá, ahi estaba la gasolinera, tan lejos, tan cerca.

Ese es el relato de la carretera. Más tarde vendrían las aventuras de la fiesta y las aventuras del viaje de vuelta, pero esos, esos serán relatos de otro post.

Gracias a la esposa, (@nchantal), Molcas (@lebron6), Madroño (@lebron8) y Mike (@olevar) por ser mis amigos de toda la vida y hacer de cada vivencia, una experiencia memorable e inolvidable.

Hasta la próxima estimado lector, no olvide, si así lo gusta, dejar un comentario.