Thursday, December 13, 2012

El día que nació Mateo

Nuestra historia del día, estimado lector, comienza un par de días atrás. Una vez más, uno planea, dispone, prepara y estos muchachitos acaban haciendo lo que se les viene en gana.

Así pues, después de incontables visitas al doctor, trámites burocráticos, dudas imposibles con las aseguradoras, compras para el bebé, sueños y mil ideas de una nueva vida, por fin había una fecha plausible para conocer a Mateo. La fecha, el 14 de diciembre, la hora, 10 de la mañana.

Sin embargo, la noche del martes 11 de diciembre todo cambió.

Estábamos en la cocina, platicando cerca de las 11 de la noche cuando de pronto un punzante dolor dobló a la esposa. Mi pregunta de inmediato fue "¿qué pasó?" a lo que respondió "este muchacho que se está acomodando muy feo".

Le pregunté si no era más bien una contracción y después de un sonoro "cállate" reímos y seguimos nuestra rutina. Nos fuimos al cuarto, metimos en la cama y zas, nuevamente, dolor punzante y doblegante. Me reí y le dije que ya iba a nacer, saqué mi cronómetro y notamos espacios de dos minutos entre una y otra (hasta ahora desconocida) contracción. La risa que traíamos estaba de locos, la esposa le ordenaba a Mateo que se quedara ahí, que la fecha era el viernes. Cuando le dije que apenas era martes reímos más y nos preguntábamos qué íbamos a hacer. Quizá para usted, estimado lector, la respuesta es obvia, ir al hospital, pero cuando solo teníamos memorizado un plan A, el inexistente plan B nos ponía todas las dudas en la cabeza.

Sin más la esposa decidió que no y se acomodó de diferente manera, lo que al parecer dio resultado y dormimos.

A la mañana siguiente fui a mi trabajo y todo transcurría normalmente. De pronto un "hola" de mi esposa por mensaje al iphone, fue el detonante para que todos los nervios de la noche anterior regresaran. Efectivamente, las contracciones habían vuelto.

Esta vez, ya más tranquilo y en horas de oficina (jajaja) la esposa llamó al doctor quien después de muchas preguntas soltó el nervioso comentario "pues yo creo que lo adelantamos, porque si no, no llegamos al viernes" y zas, así fue, de pronto, todos los planes se movían al 13 de diciembre. Podrá pensar usted, estimado lector, que un solo día no hace diferencia alguna, sin embargo en nuestros planes y roles de cada día, ese día movía a todos los actores de esta familia y sacaba de lo que ya se tenía establecido por hacer.

Sin más, llegó el ansiado jueves, 13 de diciembre.


Despertamos temprano, hicimos las tareas características de la mañana, el desayuno, llevar a Elías a la escuela y prepararnos para ir al hospital. Eran pasadas las 10 de la mañana cuando ya estábamos en el sur de la ciudad, en el hospital, haciendo los trámites de ingreso.

Nos anotaron, llenamos formatos y firmamos. Subimos el elevador y oh sorpresa, llegamos a las "salas de labor". Ahí nuevamente sentimos ese nudo en la panza, la risa nerviosa volvió y la esposa me volteo a ver diciendo entre risas que mejor no, que ahí se saliera luego.

La esposa dialogando con el doctor

Entramos a un cuarto y comenzaron los preparativos. Quítese la ropa por favor, póngase la bata, acuéstese aquí, hágase para allá, tome esto, responda aquello, etc, etc, etc. Todo fluía, hasta que una enfermera dijo "trae un anillo, se lo tiene que quitar". La esposa, ya algo embellecida por las artes de los embarazos, tenía unos dedos inusualmente rellenos, para su anatomía y constitución, así que la extracción del anillo, para nosotros era algo inviable. 

- Se tiene que quitar el anillo
- No, estoy muy hinchada no sale
- Sí sale
- No sale
- Sí sale - exclamó enfáticamente

Evidentemente, estimado lector, si hubiera visto la relación en tamaño entre el anillo y el dedo, fácilmente hubiera podido decir "no sale" sin embargo, al parecer eso no era opción.

Agua y jabón, crema, vaselina, estirones, baba, nada. Lo movían un poco, quizá se recorría unos milímetros pero muy lejos de poder salir.

Cuando llegó la anestesióloga, todo esto explotó. 

- Señora, se tiene que quitar el anillo, no puede entrar al quirófano con él.
- Es que no sale, estoy muy hinchada y no sale.
- Se lo vamos a cortar entonces.

Sobra decir lo que la esposa podía sentir de que destruyeran su anillo de compromiso.

En fin, lo cortaron y pues si, quedó muy maltrecho, pero dicen que se puede reparar. Ya veremos.

Una vez concluído ese amargo episodio todo volvió a fluir. Después de unos 20 minutos de esperar en el quirófano, por fin la esposa llegó y con esto la danza de la cirugía comenzó.

Primero lo primero, la anestesia. Es un tema que desde que nació Elías se ha tocado como algo horrible. La llamada "raquea" siempre temida, no fue la excepción. La colocan en posición, le piden que se enrosque tanto como pueda - cosa casi imposible si tratas de enroscarte con una panza de embarazo - y con ello, vienen los múltiples piquetes. Me llenó de emoción ver lo valiente que es la esposa, aguantó todo, no se movió, se quejó claro, incluso le brotaron algunas lágrimas, pero ahí estuvo, todo por este bebé.

Una vez anestesiada pues ya la cuenta regresiva estaba iniciada. Casi de inmediato el doctor hizo su aparición en la sala y todo comenzó. Me pidieron colocarme a un costado donde no tocara nada, no estorbara. 




Tu y yo, juntos, hoy, siempre.
Obedecí y tomando de la mano a la esposa, ellos comenzaron a hacer los cortes. Debo decir que es impresionante la forma como van descubriendo, primero tras la capa de piel, las diversas capas que conforman el escudo y casa de Mateo. 

En pocos minutos ya estaban tan cerca de él, mi corazón latía muy rápido, estaba a unos segundos de conocerlo, me moría de ganas y de ansiedad. Recuerdo que grité algún "yeah" y "vamos Mateo, ya casi" cuando estaba a punto de salir. La brutalidad con que extraen al bebé es asombrosa. Uno los carga y trata como el cristal más frágil que con la simple mirada podría estrellarse. Sin embargo cuando ves cómo lo empujan para salir, aplastan la panza, casi se suben en ella para empujarlo, solo queda pensar en lo que la esposa aguantó.

Finalmente lo vi, estaba ahí, sumergido en un globo. - Esa es la bolsa - Pregunté y me lo confirmaron. Se veía como un globo transparente, lleno de agua y adentro podía ver la cabeza de mi hijo y mucho cabello. No vi cómo la pincharon, pero pocos segundos después, ya se asomaba la cabeza en el orificio y rápidamente salió junto con el resto del cuerpo. 

Lloró casi inmediatamente, escuché sus primeros aullidos en este mundo, pensé en lo afortunado que soy de poder haber estado ahí, es mi hijo y lo vi, lo escuché al dar su primer respiro de aire, de vida. Empecé a llorar, sentí como lágrimas escurrían bajo el cubre bocas y con la voz quebrada le daba la bienvenida. Fue mucha emoción, una espera de 9 meses y más de un año, para poder por fin verlo, escucharlo. Lo amé desde el momento que supe que existía y por fin lo conocía. 

Me acerqué junto con la pediatra para ver como lo limpiaban, le hacían las pruebas y le extraían todo lo que se podía extraer. Esta vez pude cortar el cordón, sensación extraña, pero algo más que algún día le contaré.

Le pude hablar y dejó de llorar. Me pregunté si acaso reconocía mi voz. Muchas veces le hablé mientras estaba en la pancita, le platiqué cómo estuvo mi día, le contaba todos los planes que tenía para cuando estuviera entre nosotros y las mil y un cosas padrísimas que haríamos todos juntos. ¿Será que sabía de quién era esa voz? pronto volvió a llorar.

Después de un momento, por fin lo envolvieron y llevaron con su mamá. Ese es el momento bonito, ahí está la magia de la naturaleza. Si acaso pensé que al escuchar mi voz me reconoció, eso no fue nada. Una vez más en cuanto el bebé estuvo con su mamá, se silenció, se calmó, supongo se sintió de nuevo en su hogar. Platicaron largo rato, Chantal le hablaba y él la tocaba. Era una magnífica postal. El bebé, con los ojos cerrados tocaba el rostro de su mamá, como si la estuviera memorizando con el tacto. Se estaban conociendo, se estaban reconociendo. 





Cuando llegó el momento de despedirse, apenas se separaron, él volvió a llorar. Es la naturaleza, es el instinto, son los 15 mil años de evolución humana.

Me despedí de mi esposa, que ya más sedada, comenzó a perder el conocimiento y balbuceando me preguntó algunas cosas. 

Salimos de la sala la Pediatra, Mateo y yo. Fuimos a otra sala más pequeña donde lo midieron, pesaron y pusieron pañal. Lo metieron en una (supongo) incubadora y ahí tuve tiempo para admirarlo y por primera vez tocarlo. Mi mano acarició su brazo, su espalda, su pie. Esa piel es nueva, tenía unos 15 minutos en esta parte del mundo y pude por fin sentirla.

Estuve ahí hasta que me corrieron, me despedí de él y me salí. Desde entonces y hasta esta hora, unas nueve horas después, no he podido estar cerca de él otra vez. Pero lo extraño, quiero verlo y cargarlo. Sé que habrá tiempo de sobra después para estar con él, es mi hijo, podré enseñarle todas las cosas buenas que mis papás me enseñaron. Su hermano podrá enseñarle todas las cosas buenas, que me ha enseñado a mi. Su mamá lo convertirá en una mejor persona, como lo ha hecho con nuestra familia.

Ya somos cuatro. Me muero de ganas por vivir lo que nos espera en los siguientes días, meses, años. Claro que va dar lata, a pelearse con su hermano, a hacer enojar a su mamá. Pero claro que se va a reír, jugar, ser feliz, aprender, correr y brincar.

Los mejores años de mi vida, están por venir, bienvenido Mateo, ahora eres parte de esta familia, de este selecto club en donde están tu hermano Elías y tu mamá Chantal. 


1 comment:

Miguel Ravelo said...

Uta qué ganas de ponerlo a uno chillón y sensible desde que el viernes empieza.