Era un día como cualquier otro, con la particularidad de los viernes que nos obliga a levantarnos una hora antes, para poder llegar al horario de las 8.
Como muchos saben, la distancia entre mi casa y oficina es relativa, ya que el tiempo que toma transportarse a lo largo de esos kilometros, puede ser muy corto o muy largo, depende del tráfico.
Así pues comenzamos el día con la alegría de saber que en unas horas más, podría ir a recoger mi camioneta después de un servicio de spa que por garantía y cosas del seguro, salió gratis. Después de 18 días sin mi preciado vehículo, uno comienza a extrañar el tipo de comodidades que deja uno pasar por la costumbre del día con día.
Después de una semana en transporte metro, y otra semana en mi antiguo coche, que he de decir, había olvidado que me produce dolor de espalda después de la primer hora de manejo, llega por fin el día en que recupero mis ruedas y puedo transportar a mi familia de manera decente por la ciudad.
La noche de anoche, cuando llegué al hogar el acuerdo fue que hoy me vendría en metro para que saliendo pueda ir a recoger el vehículo y así regresar a casa en él, sin tener que sacar a mi papá para que llevemos dos coches y ese tipo de cuestiones.
Así pues estimado lector después de este prólogo, paso a contar lo que me pasó esta mañana, la historia del metro.
Estrenando un bonito sueter y un pantalón que había comprado el fin de semana, mi aspecto business casual era impecable. Una bonita mochila pequeña que mi madre me regaló cuando me fui a Canadá, completaban el círculo. En ella guardaba los papeles para recoger el auto, mis lentes, un cable para conectar el ipod al coche, mi credencial del trabajo, el colgante que me da acceso al fraccionamiento de casa, imprescindible el ipod para escuchar música en el transporte público y un sandwich de jamón con queso que mi esposa preparó porque al salir tan temprano, el hambre aún no llega al cuerpo.
Mi papá tuvo a bien acompañarme a la estación General Anaya, que para los poco conocedores, corresponde a la segunda estación de la línea 2 del Metro partiendo del paradero Taxqueña. Ingresé a la estación, compré mi boleto, pasé el carrusel de acceso y me dirigí al andén que me correspondía. Como siempre caminé hasta los vagones delanteros, aunque a esa hora existe una restricción para el solo acceso de niños y mujeres en los dos primeros vagones, así que me dispuse a abordar el tercero. Mi sorpresa fue grata cuando el tren llego y al subirme había espacio de sobra, no éramos muchos los que estábamos así que pude sentarme plácidamente y ver que el recorrido de 20 estaciones, hasta la estación Tacuba, sería más cómodo de lo pensado. Así pues saqué mis audífonos y comencé a escuchar la selección musical que el ipod aleatoriamente me ofrecía.
Pasaron algunas estaciones cuando el tren comenzó a llenarse cada vez más y más y cuando ya no hubo lugares disponibles, mi educación y caballerosidad superiores, ofrecieron el asiento que ocupaba a una señora que se acababa de subir. De esta forma comienza el viaje, que muchos me conocen y saben que no me atrevo a tocar los soportes del transporte público. Así que al más puro estilo de surfing nos deslizamos por las siguientes estaciones hasta llegar al momento de transbordar.
Este punto llegó e hice todo el recorrido que la estación Tacuba ofrece para hacer este movimiento. Es un buen momento para maravillarse de la construcción de este transporte, pues son estaciones subterráneas inmensas que nos invitan a pensar cuántas cosas habrán encontrado en su construcción que pertenecían a los antiguos habitantes de este país. Llegó al fin el momento de tomar una decisión y fue cuando todo se complicó, Linea 7, ¿dirección barranca del muerto o el rosario?
Una vez más espertinente mencionar que en mis anteriores viajes en metro a la oficina, llegaba por otro lado, por otra línea ya que mi cuñado me acercaba más y por otro camino. Entonces en esos viajes, debía tomar dirección el rosario desde el metro Tacubaya, para hacer el recorrido de tres estaciones hasta Auditorio. EL punto de la confusión fue que la estación en la que me encontraba era Tacuba (muy parecido el nombre) y mi mente guardaba la idea de que para llegar a la oficina debía seguir la dirección el rosario. Sin embargo, Entre el metro Tacubaya y el Metro Tacuba está el metro Auditorio, así que si usted mi estimado lector no es muy perspicaz en lo que le estoy tratando de explicar es que debía tomar la dirección Barranca del Muerto.
Llegó el tren y con alegría vi que iba notablemente vacío, así que me subí muy contento pensando que llegaría en pocos minutos a mi destino. De pronto de camino a la siguiente estación, me di cuenta de mi error. En la calcomanía que muestra el camino a recorrer note con una sonrisa el infortunio que me aquejaba. Así que descendí del vagón, y cambié de dirección.
Emprendí de nuevo el viaje hacia la oficina, esta vez en dirección correcta, pero ahora mi sorpresa no era tan grata pues los trenes que llegaban estaban tan llenos, que tuve que dejar pasar dos, antes de poder entrar y continuar el viaje. Así que al más puro estilo de unas sardinas enlatadas, iba yo en el calor de la gente en camino al trabajo. Escuchaba música, pensaba en mi error y me reía, seguía surfeando en el vagón para no caer y tocar lo menos posible a los personajes que me rodeaban. La paranoia de vivir en esta ciudad me obligaba a aferrarme a mi mochililla para que no fuera un vivales a sustraer su contenido o el de mi cartera. De pronto levanto la mirada, estábamos llegando a la estación Polanco, vi el mapa de las estaciones, y por segunda vez me confundí, Polanco puede estar antes o después de Auditorio (que es mi destino) depende de la dirección en la que uno vaya, y nuevamente pensé que ya me había pasado y que debía regresar una estación. Me salí velozmente del tren para cambiar nuevamente el sentido de mi viaje. No podía creer que me estuviera pasando a mi que presumo con mi esposa mi superior sentido de la orientación. Así que cambié de dirección y esperé el tren. Éste llegó y lo aborde sin prisa, una vez, contento porque en esta dirección la población que se viaja es mucho menor. Me senté y viendo una vez más la calcomanía de estaciones caí en la cuenta de mi error, no me había pasado, me bajé antes, y ahora estaba regresándome y alejando de mi destino. Mi risa nerviosa e incontrolable, debe haber asustado a más de uno de mis acompañantes, así que procedí a la siguiente estación, me bajé y otra vez, así es estimado lector, ha adivinado, cambié de dirección.
El tren por supuesto llegó tan lleno como sus predecesores, y no tuve más remedio que abordarlo y ser rodeado por figuras de triste mirada y ensimismadas en sus pensamientos. El surf comenzaba de nuevo. El resto del viaje pasó sin mayores conflictos, hasta que por fin pude llegar a mi destino.
La suerte siempre es tan interesante, pues con toda esa aventura, tuve a bien encontrarme a mi jefe en el elevador que nos traería a nuestras oficinas. Me preguntó, cómo estás, le dije bien, me perdí en el metro...
Saludos!
Carlos
Publicado para el blog de carlos, si quieren pueden darlo a concer a más gente para que rían con mi infortunio. jajajaja